sábado, 28 de diciembre de 2013

La primera vez que fui a un putiadero.


Como un grupo de universitarios primíparos en la materia de mujeres, sin dinero y con ganas de emborracharnos, se nos ocurrió la deslumbrante idea de ir donde las putas. No para tirar un polvo, para eso no alcanzaba la plata, sino para pasar un buen rato viendo los diferentes shows eróticos y con suerte un pajazo en el baño después de la función.

La primera parada fue Orquídea, mejor conocida como “El hoyito” en pleno centro de Barranquilla, allí al entrar por un largo pasillo, el vigilante nos requisó mientras nos decía.

-        -- ¿Cédula? aunque ustedes con esa cara de viejos lo que deben sacar es el Sisben.

Ni yo, ni mis otros tres amigos encontramos el chiste. Entramos al establecimiento pecaminoso, un sitio oscuro, donde los manteles de la mesa y el olor del ambientador eran exactos a los que utilizan los buses de Torcoroma, digno para ser víctima de la escopolamina, pero al fondo había una tarima con el tubo de striptease y el lugar se veía más decente, como inexpertos nos sentamos en una mesa cercana a la entrada.

El mesero hizo su aparición dando precios y ofertas, pedimos una panchita de guaro y empezamos a tirar ojo. Las collas que estaban no prometían mucho, verdaderamente esperábamos  que estuviesen más buenas, la calificación que les di fue 6 de 10.
Cuando la botella empezó a bajar, de pronto apareció una furcia mostrando las tetas y pidiendo una colaboración por el show.

- ¿Cuál show?- preguntó uno de mis amigos
- El de ahorita- replicó la ramera
- Nojoda no lo vimos acabamos de llegar, pero toma - y le tiró unas monedas en una caja de whisky que tenía aquella mujer con el cuerpo lleno de escarcha.

Cuando la botella se acabó sin mayor novedad, llamé al mesero y le pregunte si había otro show, cuando me dijo que no y ante el alto libido de la juventud, decidimos ir a otro burdel. No sé si fue el efecto del alcohol, pero nos fuimos caminando desde allí hasta siglo XXI, con todos los peligros del centro de Barranquilla en la noche.

Cuando llegamos a siglo, el putiadero más popular de la Arenosa, el celador se colocó las gafas empezó a requisar y pedir cédula. El lugar, mucho mejor que el antro donde estuvimos primero, más grande, más amplio y más caché.

Enseguida el mesero nos guió, nos sentó y empezó a dar cátedra de buen collero. Indicándonos a qué hora empezaban los tan anhelados shows, cuáles eran las mejores collas del lugar y  además nos dio el dato que Orquídea a las 9 P.M ya se apagaba y en siglo seguían firme hasta las 3 A.M.

Como el ambiente era prometedor esta vez pedimos una pipona de antioqueño. En ese lugar las rameras estaban mucho mejor 8 de 10 fue mi puntuación, y a mi parecer un poco tímidas, ninguna llegaba ni siquiera a pedir un trago, quien sabe que pinta de arrastrados tendríamos.
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             -En unos minutos vendrá el primer show de la noche. – Anuncio el DJ.

Cuando la botella bajó un poquito, empezó el primer show de la noche, una taxista subió a tarima y nos llevó a las mieles del deseo con su exhibición erótica, firmes piernas con un culo digno de darle una palmada, que nos dejó con la boca abierta y aplaudiendo, luego la bella taxista, encuera fue mesa por mesa pidiendo plata por el striptease, le dimos $5.000.
Cuando la pipona de aguardiente se acabó y debido a la escases económica del momento, sacamos las moneditas del bolsillo y compramos una botella de piña colada, como la escusa y  la condición perfecta para esperar el próximo show, e  irnos cuando este acabara para no darle plata de propina a la suripanta por el show.

Cuando llegó el turno de la siguiente presentación, ya la botella estaba vacía y nosotros con tremenda pea encima. Esta vez era una vestida de estudiante, que me hizo recordar los pajazos que nunca me hice en el baño del colegio pensando en la compañera más buena, la cara se me hacía algo familiar, pero su vagina era totalmente desconocida y digna de todas las pajas puberales de la época colegial, mi boca se hizo agua con ganas de darle una lambida, pero apenas terminó el espectáculo mis amigos y yo nos fuimos, más con pena que con gloria.

Ese sitio, el último donde estuvimos, más que un deleite se convirtió en una tortura para nosotros que sin planear, sin plata, borrachos y arrechos. Observamos los stripteases y las putas merodear sin poder hacer nada, debido a nuestros escases económica. Cómo no recordar al gran Diomedes y su canción la plata, donde nos indica cómo gastarla. Y tristemente así fue la primera vez que fui a un putiadero.       



Por: Isaac Mejía.